La Literatura y la Vida, desde una lectura con Gilles Deleuze




 Dr. Boris Alvarado, compositor y filósofo, Chile

 


 

“La literatura y la vida”, incluido en “Crítica y clínica” (1993), del tríptico original de Deleuze, que estaba compuesto por “La literatura y la vida”, “Bartleby, o la fórmula” y “Tartamudeó”, que permiten establecer un primer lazo entre filosofía y literatura. Entendiendo por ello, que la literatura o la escritura literaria cumplen homóloga función. 

Por ello, queremos sostener en primer término que para todo racionalista y positivista, la escritura literaria sería como un “phármakon venenoso” (expresión que utilizo como “veneno del veneno”) que violenta el alma y la vida. Deleuze se refiere en varias ocasiones a la no-filosofía, destacando la importancia de su intervención en el proceso de creación, concepto que es propio de la práctica filosófica: “(…) La filosofía mantiene una relación esencial y positiva con la no-filosofía: se dirige esencialmente a no-filósofos.”[1]  

Por ello, con una concepción de la literatura como “veneno del veneno”, opondrá Deleuze su concepción de la literatura como salud, como vida. En “Crítica y clínica”, aborda la cuestión de la escritura como problema, es decir, la lengua literaria, su proximidad a una lengua extranjera o al “lenguajear”. Junto a ello, sus aspectos no lingüísticos que constituyen las visiones y audiciones que se hacen visibles al escritor a través del delirio creativo que estaría al filo entre el estado clínico y la salud. En “La literatura y la vida” expone precisamente esta idea de la literatura como salud, diciendo: “(…) el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo.”[2] 

En este sentido la cuestión de la escritura se revela como un lugar de entrecruce entre la filosofía y la literatura. El vínculo filosofía-literatura no corresponde entonces, a una relación subordinada de la literatura a la filosofía, ni tampoco a la inclusión de la filosofía como subgénero literario, sino que encuentra su tensión productiva en la intersección o superposición. “(…) la literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud (...)”[3] 

Pero, ¿a qué está llamada a curar la literatura? ¿Cuál es la enfermedad? 

Podemos responder diciendo que a la del libro-imagen del mundo, a la lógica binaria, a la estructura arborescente o estructuras jerárquicas ya que la arborescencia es el poder del Estado. Es decir, los teoremas de la dictadura y la estructura de Poder, como los sistemas centrados que Deleuze y Guattari observan, lo hacen en Rizoma. 

Deleuze, sigue ese método crítico en los artículos contenidos en “Crítica y clínica”, bajo la hipótesis general de que: 

“Más próximo al médico que al enfermo, el escritor hace un diagnóstico, pero es el diagnóstico del mundo; sigue paso a paso la enfermedad, pero es la enfermedad genérica del hombre; evalúa las posibilidades de una salud, pero es el nacimiento eventual de un hombre nuevo (...)”[4]

 

Es la enfermedad de la trascendencia, de la mímesis, de la significancia y la interpretación, de la representación, de los sistemas centrados, y que frente a ello debe surgir un eventual hombre nuevo, acentrado y rizomático, donde no hay más secreto ni fantasma. “(…) Sólo puede haber una cosa: experimentación-vida.”[5]

 

Si el mundo ha perdido su eje y se ha convertido en un caos, esto no ha afectado al libro que queda como libro-imagen del mundo. ¿Cuál es entonces la tarea del escritor y de la literatura? ¿Cuál es la finalidad de escribir?  

Deleuze pide otras condiciones para la creación literaria, reivindicando la escritura como diferencia de los modelos dominantes. Escribir no es poner en palabras una verdad que ya existe y que hemos llegado al convencimiento como fruto de un trabajo de tipo intelectual, y tampoco se trata de transmitir un grupo de hechos personales como vivencias. La literatura es una creación, es una composición. 

Es una pura experimentación como construir un rizoma en “El Castillo” de Kafka que tiene, como sabemos “múltiples entradas.”[6]

La tarea de la literatura es entonces una parte deconstructiva y una parte disolvente. No permite fijar o definir, sino que se trata de desestabilizar y huir de los límites preexistentes. La literatura es entonces un devenir, y devenir no es llegar a ser otra cosa, sino encontrar la zona de vecindad con lo que no somos. “(…) Escribiendo se deviene-mujer, se deviene-animal o vegetal, se deviene molécula hasta devenir-imperceptible (…)”[7] 

Decimos entonces que el escritor comienza por el lenguaje, que ello permite la creación de nuevas lenguas, así como la creación de nuevos mundos. Podemos decir que la literatura desborda y revela la realidad acabada como inacabada e inventa otros sentidos y otros valores. Finalmente, la literatura impulsa la vida hacia lo informe, hacia el desborde, hacia la desmesura, hacia lo móvil. La literatura es asunto de devenir, dejar de ser lo que se era para inventar de nuevo la vida. “El devenir siempre está.”[8] 

Existen cuatro enunciados principales en este artículo de “La literatura y la Vida” y que estimamos importante mencionarlos como criterios que funcionan para Deleuze y que deben cumplirse: 

“Si consideramos estos criterios, vemos que, entre aquellos que hacen libros con pretensiones literarias, incluso entre los locos, muy pocos pueden llamarse escritores.”[9]

 

Primer criterio: “escribir es devenir” 

dice Deleuze: “Escribiendo, se deviene-mujer, se deviene-animal o vegetal, se deviene-molécula hasta devenir imperceptible.”[10] 

Entidades menores u oprimidas. No se deviene-hombre porque esa es precisamente la posición de poder, en el devenir-hombre se reconoce la hegemonía del significante. La idea de devenir se opone a toda mímesis.

Segundo criterio: “Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propias”. 

Hay un tipo de literatura que transforma en personal todo lo indefinido, que encuentra un “yo” detrás de cada pronombre indefinido. Se trata de una literatura basada en la potencia de lo impersonal, lo indefinido y que opera de forma inversa, es decir, de lo personal a lo indefinido: “No se escribe con las propias neurosis. La neurosis, la psicosis no son fragmentos de la vida, sino estados en los que se cae cuando el proceso esta interrumpido, impedido, cerrado”.[11] 

Tercer criterio: Escritura y literatura, es salud; y esa salud consiste en inventar un pueblo que falta. “No escribimos con los recuerdos propios, salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivos de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias.”[12] 

La traición es lo que hace libre a la literatura. Un pueblo impotente se convierte en potente en la traición. Se trata de traicionar la propia novela familiar. Se toman los elementos familiares y se los utiliza en la construcción de ese pueblo menor destinado a destruir el triángulo edipico.

Cuarto criterio: Esta tesis está recogida directamente de Proust: 

“toda gran obra literaria está escrita en una lengua extranjera”. 

Parece poco probable que la creación de ese pueblo que falta pueda hacerse en la lengua del enemigo o en la propia. “Diríase que la lengua es presa de un delirio que lo obliga precisamente a salir de sus propios surcos.”[13]

 

Escribir por el pueblo que falta, demanda un metalenguaje, distinto de la materna, aunque construida sobre ella. Así como se traiciona la novela familiar, es necesario hacerlo también con lo maternal de la lengua y abrazar en ella una lengua extranjera. Una sintaxis misteriosa grabará en la superficie de la lengua materna una lengua nueva que no por entendida dejará de ser completamente extranjera. Y ello en la idea de que “Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo.”[14]

Desde una perspectiva de una filosofía vitalista, para Delueze, la vida esta permanente en movimiento, es siempre creación y por tanto no se acaba. La escritura entonces, pasa a ser la literatura como un acto de salud, de sanación, y el escritor actúa como médico de sí mismo y del mundo, como hemos dicho. Escribir, dice Deleuze, es “devenir otro.” 

Ya que las estructuras de poder no son otra cosa que sistemas rígidos centrados en el Hombre, podemos decir que se deviene-Hombre como una expresión de ese ser dominante. En el proceso creativo somos lo inacabado. El devenir-mujer, desestabiliza el sistema cimentado sobre el fundamento del hombre-varón. “(…) una minoría nunca está del todo definida (…) (y) la mujer (…) es el devenir minoritario de su escritura (…)”[15] 

Pero, “(…) más allá de un devenir-mujer, de un devenir-moro, animal, etc., mucho más allá de un devenir-minoritario, está la empresa final de devenir-imperceptible. (…) Perder el rostro, (…) ésa es la única finalidad de escribir.”[16] 

En la escritura en su acto del hacer se deviene, nacen directrices y sentidos que no podríamos calificar como un fin en sí mismo y menos como un objetivo a perseguir. Así, devenir-mujer no es llegar a ser una mujer en su totalidad o como ideal, y tampoco vivir en la suposición de que ya esta resuelta como existencia ya definida. En ese caso devenir-mujer sería sumarse a un modelo donde en en mí el ideal que ya está determinado ocurriera. Y esto no es otra cosa que comprender que la mujer no es un apriorisino que debemos inventarla y que esa invención es pura creación aconteciendo.

Devenir es el acto de crear una dirección que posee un movimiento y no definir el movimiento. Devenir es crear un sentido que nos lleva más allá.  Devenir es crear. “Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y dado que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido.”[17]

El arte fue en un momento de Historia un acto de imitación, mímesis o representación identificada con las esencias. Sin embargo, hoy consideramos que el arte es pura creación, de direcciones, de zonas de cercanía y semejanza donde no es posible distinguir, tan radicalmente, una cosa de la otra. Se crea un umbral, una zona que está en la sombra y sus límites desaparecen con lo que está al lado. No es ese paso de un lugar definido a otro lugar que también está definido, sino que se trata de pasar por una zona de indefinición, una zona de indiferenciación en cada ser. “La” mujer es la esencia, el modelo, pero “Una” mujer es cualquiera, indefinida, indeterminada, pero no constituye el modelo o la idea de “La mujer”. Una”, es una zona indiscernible que permite que se mueve hacia otra cosa, desdibujar de tal forma que el arte se mueve difuminando y borroneando el modelo. 

No se trata de ir cada vez llevando a una perfección el bosquejo, como pensaba Cézanne, logrando una pintura finita y perfecta. Se trata más bien de la posibilidad que nos otorga la pintura como un objeto de perversión para constituir ese acto del “borrar”, difuminando los contornos, como lo hemos visto en los cuadros de Francis Bacon en los capítulos anteriores. 

Tampoco se trata de aceptar la realidad que el arte se debe sólo a imitar o copiar o simular, sino que la lo perfecto real debe ser “imperfeccionado”, “desperfeccionado”, “difuminado” e “inacabado”.

“Estas visiones no son fantasías, sino autenticas Ideas que el escritor ve y oye en los intersticios del lenguaje, en las desviaciones de lenguaje. No son interrupciones del proceso, sino su lado externo. El escritor como vidente y oyente, meta de la literatura: el paso de la vida al lenguaje es lo que constituye las Ideas.”[18]

 

La literatura crea movimientos, devenires, creando palabras. El “entre”, como hemos dicho, es lo que está en el medio, es un umbral, es una zona de indefinición, y es lo que permite la creación y el devenir. 

La creación artística, y quizá toda creación cultural, es un concepto que podemos ya ir enunciando en dos expresiones. La primer de ellas es que la creación es expresión, un devenir otro que está dentro de uno mismo. Es decir, la fuente de la creación sería la actitud introspectiva, que permite identificar voces o presencias, alteridades, que nos habitan sin que seamos necesariamente conscientes de todas sus implicaciones. El individuo creador se abandona al flujo de imágenes y palabras que lo habita y constituye. Se trata de volcar hacia fuera lo que se tiene dentro, en la medida en que su microcosmos personal es una reproducción a escala del macrocosmos social. Y la segunda es aquella que dice que la creación surge de la proximidad, de un espacio de indiferenciación o indiscernibilidad con lo otro, desde el cual podemos devenir efectivamente lo que ya no somos. 

A la imagen de un “hombre” aislado podemos construir la de otro cuya imagen es de ser capaz de abolir sus limites-horizontes y disolverse en lo otro, y de allí la escritura. Se trata de una escritura-escritor que se “agita sin cesar” debajo de la opresión, resistiendo; imaginando desde allí una salud a la cual aspira pues carece de ella. Y allí decimos que la literatura es lo que nos libera. “(…) poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida”.[19] 

Es sólo desde la “enfermedad” que se puede “delirar” con la salud. Por ello, Deleuze piensa estas líneas de fuga que la literatura produce como vías clínicas de salud. Sin embargo, sitúa la escritura en un límite, tan cerca del sentido como del sinsentido, tan cerca de la salud como de la enfermedad, por ello la literatura es delirio, pero el delirio es una enfermedad y a la vez un modelo de salud. 

“Objetivo último de la literatura: poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por ese pueblo que falta concentrando las fuerzas en crear nuevos mitos.”[20]

 

 

[1] Véase Deleuze, Gilles, Conversaciones 1972-1990.Traducción José Luis Pardo, Valencia, Pre textos,.pág.222

 

[2]  Véase Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, Anagrama, Barcelona, pág.14

[3] Véase, Ibid 15 Cfr. Deleuze, G., y Guattari, F., Introducción:Rizoma en Mil Mesetas, Pre textos Valencia, pp.21-22

[4]  Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, Op.cit,. p.78

[5] Véase Deleuze, G, y Parnet, C., Op cit. P.57.

[6] Véase Deleuze, G., y GuattariFéliz., Kafka. Por una literatura menor. México, pag.11

[7] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.11

[8] Véase, Ibid., p.12

[9] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.18

[10]Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.14

[11] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.13

[12] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.15

[13] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.17

[14] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.15

[15] Véase, Delueze, Gilles y Parnet, Claire, op.cit., p.53   

[16] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.54

[17] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.11

[18] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.17

[19] Véase, Deleuze, Gilles, Crítica y clínica, op.cit., p.16

[20] Véase, Ibid. Pág.16

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