Estética y Técnología: la influencia de las innovaciones tecnológicas en las técnicas musicales.

 

Por Rodrigo Ávalos Tagle

 

Las problemáticas de la música, tanto en momentos del nacimiento de la fotografía como en nuestros días, no parecen tener relación con el qué decir, como es el caso de crisis las artes visuales afines del siglo XIX, sino cómo decirlo. Entonces se presentan como problemas del lenguaje, sobre la manipulación técnica de los elementos que hacen de la música lo que percibimos como esta. Pero entonces, ¿Qué ocurre con el arte musical dentro de este proceso en el que nuevos medios aparecen?

Cuando pensamos, por ejemplo, en la dodecafonía, como uno de los bastiones de la “ruptura” musical ni siquiera forma parte de algo “roto”, sino que forma parte de las reflexiones personales de Arnold Schoenberg sobre la proyección del proceso emancipador que la disonancia[1] (asunto armónico, por tanto, técnico) estaba teniendo desde ya bastante tiempo dentro de la música en las salas de concierto. Por tanto, la aparición, primero, del fonógrafo y, luego, del gramógrafo no influyen directamente en los procesos de cambio que ya estaban produciéndose en las obras de este periodo, aun habiendo quienes veían el potencial plástico de la manipulación de los soportes de grabación/reproducción[2], como es el caso del fotógrafo y pintor húngaro Moholy- Nagy. No obstante, Pierre Schaeffer, compositor francés, en su Tratado de los objetos musicales (1966) nos entrega un esclarecedor análisis sobre los “tres hechos nuevos aparecidos en música”[3], de las cuales nos centraremos en las dos primeros, que nos dan ciertas directrices para comprender la situación de la música dentro de este periodo de vanguardias. “El primero es de naturaleza estética. Una libertad cada vez mayor en la factura de obras”[4]. Es decir, las obras tenían mayor flexibilidad en cuanto a los componentes que la construían, escalas no tonales, uso de timbres como elementos estructurales y fundacionales de piezas musicales, etc;

“El segundo hecho es la aparición de técnicas nuevas […] dos modos insólitos de producción sonora […] nacieron casi en el mismo momento, 1945 y 1950. […] La música concreta […]” que “[…] pretendía componer obras de cualquier origen […] mediante técnicas electroacústicas de montaje y mezclas de las grabaciones […]” y “[…] la música  electroacústica pretendía efectuar la síntesis  de cualquier  sonido […] posible a través de un ordenador”[5].   

Como podemos observar, la influencia directa, a nivel estructural, de los avances tecnológicos sobre la creación musical llega bastante más tardíamente que a las otras expresiones artísticas pese a la presencia de nuevos instrumentos electrónicos como el theremin (1920) o las ondas martenot (1928). Aun con la observación de Schaeffer sobre este tipo de obras, que “[…] a partir de estos nuevos medios ofrecidos por las técnicas electroacústicas, o puramente electrónicas, quedan curiosamente marcadas por una estética en particular”[6], la música ya cruza esta línea desde sus propias necesidades y el entrecruzamiento entre los nuevos, ya no tanto, medio y este arte ya es casi indisoluble.

Este tipo de recursos no solo pertenece al campo del desarrollo musical dentro de las academia, y por tanto, de aquella música llamada “académica”, “culta” o, incluso, “de arte”, pues el mismo año del lanzamiento del libro del compositor francés el grupo británico, The Beatles, entran al estudio y comienzan a experimentar, durante el periodo de 1966 a 1969;  las diversas sonoridades que aportan las posibilidades técnicas de los procesadores que en este habían. Piezas como “Tomorrow never knows”, “A day in the life” o Strawberry fields forever” dan cuenta del uso de filtros, manipulación temporal y direccional de las cintas de grabación. Así se llega a la pieza más icónica de este paréntesis creativo con “Revolution 9” (1968) que constituye plenamente una obra de música concreta, en la cual la forma canción está ausente, pensando en la naturaleza de la agrupación, y queda explicito el gusto por la experimentación a la manera de un collage sonoro.

En una situación postmedial[7], como la plantea Peter Weibel, en la que “ya no domina un medio por sí solo, sino que los medios se influencian condicionan entre sí”[8] dos músicos destacan dentro de estas estéticas.

El compositor británico Brian Eno ha trabajado durante largo tiempo en nuevas formas de experimentar lo musical, llevando su producción a plantearse nuevas maneras de comunicación entre el autor y el público. Ambient 1: Music for Airport es el punto de partida de su propuesta, donde el sonido “[…] estuvo acompañada por lo que podríamos denominar pantallas de ambiente, que mostraban una serie de películas experimentales –cuyo objetivo era explorar el potencial de las televisiones como «sintetizadores de luz»– creadas por Eno”[9].  Entonces la obra se transfigura desde una contemplación de un objeto, en tanto ocupa un espacio- tiempo restringido, a una experiencia extendiendo estos límites.

Por otra parte, la compositora islandesa Björk lanza su séptimo disco Biophilia. Este material responde a la reflexión sobre las problemáticas del álbum en la cultura digital[10], como las nuevas plataformas de internet han forjado nuevos protocolos de escucha[11] y la conexión entre música, naturaleza y ciencia[12], culminando en la creación de una aplicación para dispositivos Apple, a través de una imagen 3D similar a una constelación, en la que se puede acceder a cada canción, sin orden determinado, pudiendo manipular ciertos parámetros sonoros al contacto con la pantalla.

            La implicancia de estas las nuevas tecnologías, como la inmersión de la música en el mundo digital, en el cual Eno también ha experimentado, propone una nueva forma de relación con el creciente público/usuario. La verdadera revolución técnica en la música se encuentra en este punto. Las innovaciones tecnológicas han posibilitado el surgimiento de nuevas técnicas compositivas permitiendo abarcar, desde otros puntos de vista, aquellos elementos[13] que aún son propios de la tradición musical al servicio de nuevas experiencias. Esta democratización del arte a la que Walter Benjamin le reprochaba esa pérdida del aura, esa lejanía[14] a la que apelaba, ha producido que a través de estas obras “[…] inacabadas […] el protagonismo del usuario desafía el concepto de autoría y difumina la distinción entre arte culto y popular” [15].



[1] Ver también en su libro El estilo y la idea,  el apartado La composición con doce sonidos del compositor.

[2]  Ver en el artículo Brian Eno: Estratega Oblicuo  de Lola San Martín Arbide.

[3] Schaeffer, 1966

[4] Ibídem.

[5] Ibídem.

[6] Ibídem

[7] Véase en La condición postedial, de Peter Weibel

[8] Weibel, 2006

[9] San Martín Arbide, 2017

[10] Véase Nuevas configuraciones del álbum de música en la cultura digital. El caso de la aplicación “Biophilia”, de Lucas Waltenberg.

[11] Ibídem

[12] Ibídem.

[13] Melodía, configuraciones rítmicas, timbres, etc.

[14] Véase en La obra de arte en la era de su reproducción técnica, de Walter Benjamin.

[15] Ibidem nota 9

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