La Diversidad “O” de Andrés Tapia Urzua
Por Andrés Tapia Urzúa, (Chile-EEUU) artista audiovisual
Artista, trabaja en video, música, performance e instalación en que explora continuamente los límites de una identidad de cruce cultural y tecnológico. Fusionando problemáticas estéticas, teóricas, y políticas, en que ofrece una mordaz y fascinante visión sobre la sociedad contemporánea, donde la alienación social, los ambientes de alta tecnología, y las poéticas de la globalización, son representados de forma perspicaz y accesible. Su propuesta visual también reflexiona sobre la hibridez cultural, reconociendo el actual intercambio, roce y tensión existente entre distintas sociedades tras complejas relaciones de dependencia colonial, conviviendo frecuentemente entre el placer y el dolor; he ahí el origen de ciertos rasgos irreverentes, sadomasoquistas e irónicos en su obra.
Este ensayo pretende abordar el tema de la diversidad desde una perspectiva ontológica, natural, y fuera de los modos en que la cultura de estado nos habitúa a percibir nuestro entorno. Se cuestiona la existencia de la discriminación como mera construcción social de orden y poder, sugiriendo la posibilidad de lo diverso como reconocimiento de lo que siempre ha existido, realmente, en contraposición a cierto armado social.
La diversidad social genera espacios de libertad como entendimiento global afín a la naturaleza de las cosas; percepciones, argumentos y lenguaje, que expresan diferentes puntos de vista aproximados a la búsqueda de un ritmo en común y universal. La homogeneidad, por el contrario, es un orden impuesto; un método de reconocimiento y funcionamiento apegado a una élite de control cuya realidad atenta contra el ser individual y a la diferencia entre las personas (todas las personas son diferentes).
La diversidad no es un mero derecho legal del individuo social a ser diferente, a integrarse y ser aceptado por una homogénea “diversidad” sistémica. La idea es entender la diversidad como modo de vida ecuménico, que es parte de un tiempo y espacio infinito. La usurpación de este tiempo y espacio vital es producto del sometimiento del ser a una visión prevaleciente que regula mediante el materialismo y que no duda en utilizar la brutalidad institucional, el miedo, para imponer sus ideas. ¿Por qué hay que luchar por la “inclusión” desde una condición subalterna? La diversidad social así como todo lo natural, tendría que ser una realidad de facto. Lo que debería estar claro y ser foco de atención es que las causas profundas de la discriminación sistémica están enraizadas en el proceso de socialización de hombres y mujeres.
Los seres humanos están hechos de lo necesario y de “algo más”. Ese “algo más” es lo que hay que dilucidar, promover y cuidar como experiencia liberadora. Es así que para desprenderse de una homogeneidad social forzada, habrá que cambiar el paradigma del yo como ego-mercancía por el paradigma del ser pleno. Hay que concebir el mundo a través de la propia imaginación y no mediante el sueño simbólico de otros, ya que vivir en un sueño ajeno es vivir en la pesadilla de la enajenación. El representar un rango de diversidad tolerable y “aparecer” en esa categoría de pluralidad social es como las políticas culturales de estado dominan bajo una ilusión de autonomía y libertad (la cara amable del sistema). Vivir en la diversidad del ser es vivir en el encuentro con uno mismo y con lo demás.
La diversidad ontológica es real y es así como no todos queremos o necesitamos las mismas cosas. No todos apreciamos la misma belleza. No todos tenemos que ser parte de un mismo canon para ser este o tal sujeto social. La arbitraria representación de la realidad a través de la cultura y de la construcción del ego es limitada, destinada a suceder dentro de los parámetros de un entendimiento social parcelado. El prejuicio se establece cuando lo diverso se entiende como algo peligroso. Es decir, se rechaza lo real y se acepta cierto tipo de racionalización de la existencia como una identidad de sello, genero, raza, inteligencia, creatividad, etc. Es posible que la diversidad así, crudamente, se entienda como un caos y que todos los sistemas de organización humana requieran de un orden social, pero ¿puede la racionalización de la existencia representar una diversidad más allá de ciertas reglas a seguir como aproximación a su esencia? Si partimos de la base de que la raza humana es una especie de por sí diversa ¿serían los seres humanos llamados “diferentes” parte de otra especie? Esto es como construirse un abismo conceptual y luego intentar salir de ese atolladero elucubrando nuevos conceptos de integración. Una callejón sin salida que la filosofía tradicional, así como la ley, intentan solucionar mediante la explicación racional de nuestra manera de entendernos a nosotros mismos y al mundo.
La diversidad de la especie es como la genética, es una realidad natural pre-derechos humanos, pero muchos son los condicionamientos sicológicos que nos hacen vivir en un mundo irreal, desde allí pretendemos existir, y sólo lo logramos en constante conflicto, ya sea por nuestra adscripción a una patria/bandera, a un dios, a un género, etc., y entre eso cabe la noción de la homogeneidad cultural/étnica y de color y el desprecio o terror al otro diferente, que nos saca de nuestra zona de confort.
El orden natural es el caos, la diversidad salvaje y evolutiva de la naturaleza. El orden cultural y la clasificación científica de las cosas es un estado racional hecho por el hombre que se manifiesta a través del ego. El ego es un vehículo de la cultura no de la biología, donde el método de análisis se transforma en la realidad. En esta dinámica, los primeros núcleos de socialización humana juegan un papel determinante en las causas de la discriminación sistemática. Reconocer el valor y la esencia de un ser universal como representación verosímil de la realidad va, paradójicamente, de la mano con una artificialidad que es parte también de la esen- cia humana. Somos, por lo tanto, un híbrido semántico que existe y se representa a la vez… Cuando la ficción supera al ser y nos sometemos a los caprichos de la representación, suceden las desilusiones colectivas, la angustia del contacto artificial, y el desastre total.
Es de esperar que la evolución del ser humano siempre nos incite a recuperar aquellos espacios sociales que el sistema termina haciendo suyos para su funcionamiento, pero que nos oprimen. Cada vida es única, y se trata de la búsqueda y promoción de un ser pleno con potencial universalista, que se levante sobre la base de la apertura e inclusión en un mundo aún por construir.
Texto: Andres Tapia-Urzua
Ilustración: Carlos Gatica
Andres Tapia-Urzua es director de las carreras de Cine & Video Producción/Efectos Visuales & Animación Gráfica en el Instituto de Arte de Pittsburg. Fue fundador y director de Plan Z Media, una productora de video, sonido y multimedios especializada en las artes. Es miembro de Mid-Atlantic Media Arts y Pennsylvania Council on the Arts Fellow. Fue ganador del Premio Cine Latino en San Francisco, California; Premio Experimental en el Festival de Cine FICS en Santiago de Chile y del Premio de Diseño, Arte & Tecnología en Artes Mediales del Consejo Tecnológico de Pittsburgh, Pennsylvania. Ha sido dos veces nominado para una Rockefeller Fellowship y su trabajo ha sido publicado y exhibido en lugares como el Pacific Film Archive, Berkeley, California; el Global Multimedia Interface, Londres; el Museo de Arte Carnegie de Pittsburgh; el Centro Wifredo Lam en la Habana, Cuba; el Museo Andy Warhol, Pittsburgh; y en la Bienal de Video y Artes Electrónicas de Santiago, Chile.