Comentarios sobre un mamífero amnésico: Erik Satie.

¿Qué es lo moderno en estética?

Rodrigo Ávalos Tagle

2019

Se dicen cosas bonitas, cosas modernas”

Erik Satie

 

            Al buscar  lo moderno desde el arte, en especial desde lo musical, algunos nombres aparecerían inmediatamente en nuestra mente, en especial aquellos relacionados con la segunda escuela de Viena; Webern, Berg y Schoenberg. Pero ellos, aun tratando de mantener una posición distante del establishment de su tiempo, se encuentran íntimamente ligados a toda una tradición musical, en especial el último. De hecho, Schoenberg (1876 – 1951) señala en el análisis de su sistema de doce notas (dodecafonismo) que su emancipación de la disonancia[1] no representa una intención de ruptura con la tradición tonal. Más bien plantea que su trabajo es la continuación de un proceso que ya se venía dando durante el siglo XIX, en el cual “el concepto de la armonía cambió enormemente mediante el desarrollo del cromatismo”[2]; situación que podemos evidenciar en compositores como Wagner o Mahler. Así mismo, la escritura de un documento como su Tratado de Armonía de 1922, lo coloca como un receptor de toda una tradición musical y estética, donde él mismo establece que “[…] el arte es, en su grado ínfimo, una simple imitación de la naturaleza. Pero imitación de la naturaleza en el más amplio sentido; no mera imitación de naturaleza exterior, sino también interior”[3]. En estas palabras aún podemos dilucidar esa percepción clásica, casi platónicas en relación al Arte, como veremos más adelante. Esta concepción no sólo se evidencia en trabajo escrito, también su música habla de ello, manteniendo elementos como: formas tradicionales, la notación rítmica, la regularidad de los compases, etc. Ahora bien, sin buscar desmerecer los avances de la segunda escuela de Viena, la figura de un francés es digna de comentar, pues sabemos, tuvo un alto impacto en el desarrollo de propuestas de vanguardia durante gran parte del siglo XX, como otro camino hacia el futuro. Nos referimos al compositor Erik Satie (1866 – 1925).

            Eric-Alfrred- Leslie Satie, Erik Satie, nace un día 17 de mayo de 1866, en la zona portuaria Honfleur, Normandía. Hablar de él es referirse a uno de los personajes más interesantes que nos ha entregado el cambio siglo XIX – XX. Las características de su personalidad y de sus obras logran abrir un camino paralelo a todo lo acontecido musicalmente dentro de esos años, y, por tanto, proporcionan una especie de solución alternativa a la crisis que experimenta el arte durante este periodo.

Imaginemos si pusiésemos en una mesa, en medio de una noche parisina, a dialogar a dos franceses, Charles Baudelaire (1821 – 1867) y Erik Satie, comentando sus Flores del mal, el autor podría decir: “Este libro no ha sido escrito para mis mujeres, mis hijas o mis hermanas […] Dejo esta tarea a los que se muestran interesados en confundir las buenas acciones con el lenguaje bello”.[4] El compositor asentiría con la cabeza y en voz alta diría: No hay verdad en el Arte”[5]. Este intercambio de ideas resultaría esencial, no sólo para comprender la posición del compositor frente al quehacer musical, sino como una actitud y como diría Foucault… una actitud moderna[6]. Debemos recordar entonces que durante mucho tiempo Arte, Verdad y Bien constituían casi una misma idea; Por lo tanto, cualquiera de estos conceptos debiesen dar cuenta de los otros. Satie, al establecer para sí mismo que “no hay verdad en el Arte”,  se margina de toda una institución cultural de La Obra de Arte y posa su ingenio a la manera de un artesano o como el mismo escribirá: “Todo el mundo les dirá que  no soy músico […] Mis trabajos son puramente fonométricos […] Es el pensamiento científico el que domina”[7]. Claro está el sentido sarcástico de sus palabras, pero con ello declara su proceder en la música,  la cual no estaba exenta de este ideario sonoro.

            Si bien Erik Satie es reconocido por sus Gymnopedies, tres piezas para piano que, aun siendo obras tempranas en la vida del compositor, en su simpleza ya posee ciertos rasgos que serán característicos en sus trabajos, solo son una pequeña muestra del mundo del francés. De esta forma nos veremos en la necesidad de comentar algunas características generales de sus obras, para contraponer a lo que normalmente se espera de una pieza musical. Nos concentraremos en dos piezas que pueden englobar de cierta forma este pensamiento como lo son Sports et Divertissements (1914) y Sonneries de la Rose+croix (1982).

            Sports et Divertissements es un álbum de 21 piezas para piano, concentra dos tipos de expresiones artísticas, “[…] la parte de dibujo la constituyen unos trazos: trazos de inteligencia; y la parte musical, unos puntos: puntos oscuros”[8]. Es decir, hay una predisposición a realizar una obra que sea más que música y, en este caso, no jerarquiza lo plástico o lo musical, tampoco lo literario. Incluso podríamos entrar en la discusión de la paradoja sonido de la escritura- escritura del sonido, pues lo que hay de musical sobre el papel es la escritura de un sonido ausente, puntos oscuros, pero eso seré  motivo de análisis en otra instancia. Sin embargo, hay otros aspectos técnicos dignos de atención: la ausencia de cifra indicadora de compás, las indicaciones de carácter propuestas por el compositor y la brevedad de la obra, por ende el no-desarrollo de un tema o idea musical. Respecto de estos podemos decir que, en primer término, al eliminar la cifra indicadora se libera el trazo musical de las extensiones espaciales y temporales del compás y, por tanto, la idea musical se constituye a sí misma por su propia impronta y no por la norma que rige la pulsación periódica de este encuadre. Stravinsky, de alguna forma también observa esto y utiliza cambios consecutivos de cifra indicadora como medio de sincronización de los múltiples instrumentos usados en mucha de sus obras y no como un elemento formal propiamente tal, basta observar su Consagración de la Primavera.

Por otro lado, para organizar esta música, Satie, de alguna forma similar a lo que haría Schoenberg  también, en su op. 21, Pierrot Lunair  de 1912, por ejemplo, hace uso del texto como punto de referencia para guiar el relato sonoro. Al mirar el manuscrito de una de estas piezas, La chasse[9] [10], veremos como la música dura tanto como dura el texto. ¿Puede ser la obra ella misma si extraemos el texto? ¿O la música? ¿O solo la imagen? Cada frase constituye un segmento musical y viceversa. Esto mismo causa que la pieza sea de una corta extensión de tiempo, entonces no hay espacio para un desarrollo temático como el que se realiza en las formas clásicas y que luego se expandieron cada vez más a través de la tradición germana, sobre todo lo relacionado con la forma sonata. Tal vez desde este punto de vista se puede tomar este desarrollo como un juego virtuoso del tema musical hasta su desvanecimiento, o podemos pensarlo como una tediosa redundancia sobre los mismos elementos, como podría tratarse el desarrollo temático en extenso de mucha música del siglo XIX. Algunos podrían contrargumentar que el francés también utilizaba formas clásicas, eso es verdad, pero cuando las ocupa lo hace desde su negación y así nace la Sonatina Burocrática (1917)[11]. Como fuere esto se evidencia en cada una de las piezas del conjunto. También es interesante observar como se refleja un intento de que no solo en el soporte físico se correspondan los elementos visuales y sonoros como anteriormente se exponen, sino que al parecer el tiempo de la música es a su vez el tiempo que demora el intérprete en leer los textos expuestos en la partitura. Podríamos imaginar lo cinematográfico y con esto lo novedoso que pudo resultar esta experiencia en el imaginario de aquel que tocaba estas obras; la música, los texto y las ilustraciones del artista francés Charles Martin (1884–1934), de forma simultánea, años antes de la llegada del cine sonoro.

Si retrocedemos unas cuantas décadas y pasamos a la segunda obra, podremos dar un sentido más amplio de lo que fue Satie. Sonneries de la Rose+croix (1982[12]), contaba ya con inexistencia de la barra de compases, también hay una clara fascinación por antiguos rituales. Basta mencionar la pertenencia del compositor a la Orden Rosacruz, en donde cumple las funciones de maestro de capilla durante una exposición de pintura simbolista en la Galería Durand – Ruel durante 1892[13], retirándose el mismo año. Vemos entonces que la pérdida del compás tiene como origen la mirada a la música proveniente del medioevo, como un resurgimiento del orgamum y del canto llano. Esto lo evidencia el cambio de texturas que propone Satie en estas piezas, en que se intercala lo vertical, encarnado por lo primero, con la horizontalidad, representado por lo segundo. En este sentido, “[…] este regreso a las fuentes religiosas no es una restauración de valores morales y principios filosóficos, sino una forma de ceder a la fascinación de las liturgias suntuosas y en desuso”[14]. Para este punto, tomaremos la visión de Foucault sobre la descripción de hombre moderno a través del pensamiento de Baudelaire, pues,

“[…] El hombre moderno, […] no es aquél que parte al descubrimiento de sí mismo, de sus secretos y de su verdad oculta; es aquél que procura inventarse a sí mismo. Esta modernidad no "libera al hombre en su ser propio"; le constriñe a la tarea de elaborarse así mismo.”[15].

 Así se nos señala un cambio en el enfoque de cómo se vive la existencia del hombre en este nuevo moverse en el mundo. El “elaborarse a sí mismo” da cuenta de una especie de sensación de orfandad, de destierro, “[…] como ausencia de esa poética del ser”[16]. Entendimos poco a poco, luego de la revolución copernicana, aquello que daba sentido a nuestra existencia, que tenía como símbolo a nuestro planeta como centro de todo cuanto existía, ya no está y que el entorno de lo que antes nos recordaba un pasado en el Edén, se fue oscureciendo por el flujo industrial, como retrata de algún modo el pintor inglés Joseph Mallord William Turner (1775 - 1851) en sus cuadros, como Tormenta de nieve: Un vapor a la entrada del puerto (1842)[17] o Lluvia, vapor y velocidad (1844)[18], en los que podemos constatar una percepción distinta en las pinceladas difuminadas, como una imagen filtrada por los gases de la combustión de las máquinas. Para el filósofo español, Vicente Pizarro Marín (1959- ), es

“[…] en ese momento cuando el arte y la ciencia se separan […] con él desaparece el elemento que compartían el arte y la ciencia, el objeto del que hablaban desde lenguajes y puntos de vista diversos, la naturaleza que la ciencia describía y el arte imitaba. Ese momento de la separación es conocido como modernidad”[19].

            De cierta forma, el desarrollo científico que se venía dando fuertemente junto al proceso ilustrado margina al arte de la lectura que este hacía del entorno, como una pérdida de la poética del mundo. No sólo a nivel teórico, también dentro de las implicancias del avance tecnológico, sobre todo con la aparición de la fotografía golpeando directamente la pintura[20], y por qué no pensarlo, la implicancia de la aparición del fonógrafo hacia 1870 para el mundo musical.  Vale la pena preguntarse entonces ¿Cuál es el nuevo mundo para el artista? “[…] Si la inteligencia se ocupa de la verdad, y el sentido moral se aplica al deber, el gusto nos instruye sobre lo bello”[21], nos comenta Eco. El ser sensible, en tanto capaz de percibir estas sutilezas, se ve forzado a crearse a sí mismo, percibiéndose como instante, esa actitud de flânerie de la que habla Baudelaire que“[…] busca ese algo que se nos permitirá llamar la modernidad […] Se trata, para él, de extraer de la moda lo que ésta puede contener de poético en lo histórico, de obtener lo eterno de lo transitorio”[22]. Ahora bien, para Foucault “[…] Baudelaire no concibe que puedan tener su lugar en la sociedad como tal o en el cuerpo político. No pueden producirse más que en un lugar distinto: lo que Baudelaire llama el arte”[23]. Es el Arte, por tanto, el espacio donde puedo construir y, a su vez, construirme, arte por el arte. En cierta medida es por esto que Satie trató de mantenerse fuera de las instituciones o de agrupaciones musicales, aun teniendo contacto cercano con otros compositores, algunos de ellos muy jóvenes, siempre se mantuvo con la distancia necesaria y sin intenciones de erguir una escuela Satietista. El mantenerse en este al margen le permitió la posibilidad de este hacerse a sí mismo. Él mismo nos dice

“[…] no se puede criticar el oficio de un artista más que si éste sigue un sistema. Si se da una forma& escritura nueva, hay oficio nuevo. […]La Idea puede arreglárselas sin el Arte. […] No nos fiemos del Arte; muchas veces no es más que Virtuosismo”[24].

Así mismo se justifica su alejamiento de la Orden Rosacruz, al ser considerado discípulo de Sâr Péladan, Gran Maestre en aquellos años “[…] pues si he de ser el alumno de alguien, creo poder decir que sólo lo soy de mí mismo”[25]. Entonces cobra sentido la invención de sus propias indicaciones en sus partituras, de su tratamiento de los elementos  musicales y de todo un mundo propio en su obra.   

La huella de Erik Satie se ha mantenido marcada en la historia de música del siglo XX a través de destacados personajes. El norteamericano John Cage (1912 – 1991), quien organizó el estreno de Vejaciones (1893) 70 años posterior a su escritura, durante el año de 1963, está particularmente familiarizado con el francés en cuanto a su relación con los sonidos. De laguna manera, lo fonológico también habita en Cage. En una entrevista para el documental “Écoute” (1991) expresa:

“Las personas esperan que escuchar sea más que escuchar y entonces a veces hablan de “escucha interna” o “el significado del sonido”. Cuando yo hablo sobre música termina pareciéndole a la gente de que estoy hablándole del sonido, de que no significa nada, de que no es interno, sino más bien externo y ellos dicen (personas que entendieron finalmente eso) ¿te refieres a que solamente son sonidos? Pensando que para algunos el ser sólo sonido fuera algo inútil, mientras yo amo los sonidos tal y como son, y no tengo necesidad alguna de que sean nada más de lo que son [...] Cuando escucho eso que llamamos música, me da la sensación de que alguien me está hablando, hablando sobre sus sentimientos o sobre sus ideas de relaciones. Pero cuando escucho el tránsito no tengo la sensación de que alguien esté hablando, tengo la sensación de que el sonido está actuando. Y yo amo la actividad del sonido [...] no necesito que el sonido me hable”[26].

            Entonces también se puede entrever la presencia de este hombre moderno del que nos habla Baudelaire en “El pintor de la vida moderna” o Edgar Allan Poe en “El hombre en la multitud”. La modernidad de Satie, al parecer, tiene mucha relación con esta fascinación por el sonido mismo, el sonido-objeto, por el apartar el peso de lo expresivo que justifica el quehacer musical de muchos de sus contemporáneos. De forma mucho más sarcástica que Cage, el francés clasifica sus trabajos como experimentos fonométricos[27]. De esta forma asume ese nuevo plano del arte, cosa que se refleja también en su concepto de música de mobiliario[28]. Con ello posiciona la música como un objeto dentro de quehacer cotidiano de las personas, de forma muy certera, siendo evidente la relación con la utilización de lo musical en estos términos en nuestros espacios diarios.

La música de mobiliario es básicamente industrial. La costumbre, el uso, es hacer música en ocasiones en que la música no tiene nada que hacer… Queremos establecer una música que satisfaga las "necesidades útiles". El arte no entra en estas necesidades. La música de mobiliario crea una vibración; no tiene otro objeto; desempeña el mismo papel que la luz, el calor y el confort en todas sus formas […]

            Su música, entonces, plantea el habitar este nuevo mundo en el que el ser fue abandonado, acompañando este habitar. El compositor Brian Eno, comprendió este concepto al componer Música para aeropuertos (1978) e intentar homologar lo sonoro con el espacio donde este se desplaza.

Erik Satie abre el nuevo siglo desde fuera de las voluptuosas Obras de Artes, solo recordemos la extensión de las óperas wagnerianas, cualquier sinfonía de Mahler o cualquier obra para orquesta de su amigo Claude Debussy. Así nos recuerda que la música es un juego, donde las reglas las puede poner quien entra en ella, se hace a sí mismo en la obra. “El hombre está hecho para soñar como yo para tener una pierna de madera”[29].


 


 



[1] Schoenberg, 1963.

[2] Schoenberg, 1963.

[3] Schoenberg, 1922.

[4] Baudelaire, 2011.

[5] Satie, 2018.

[6] Véase también artículo: ¿Qué es la Ilustración? Del mismo autor. 1993.

[7] Satie, 2018.

[8] Satie, 1999.

[9] Texto: “¿Oís al conejo cantar?/ ¡Vaya voz!/ El búho amanta a su hijos. / El  ruiseñor está en su madriguera. / El jabato se va a casar. / Y hago caer las nueces a tiros de fusil.  (Satie, 1999)

[10] Imagen 1.

[11] “Escrito sobre un tema que he tomado de Clementi. Un simple préstamo […] No pretende en absoluto atentar  contra la reputación y la honorabilidad de dicho Clementi” (Satie, 1999).

[12] Imagen 2.

[13] Satie, 1999.

[14] Eco, 2004.

[15] Foucault, Michel. 1993

[16] Serrano, 2014.

[17] Imagen 3.




[18] Imagen 4.

[19] Serrano, 2014.

[20] Véase también: “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” de Walter Benjamin. (1935).

[21] Eco, 2004.

[22] Baudelaire, 1995.

[23] Foucault, Michel, 1993.

[24] Satie, 1994.

[25] Satie, 1999.

[27] Satie, 2018.

[28] […] Exijan música de mobiliario. Ni reuniones, ni asambleas, etc. sin música de mobiliario… No se case sin música de mobiliario. No entre en una casa en la que no haya música de mobiliario. Quien no ha oído la música de mobiliario desconoce la felicidad. No se duerma sin escuchar un fragmento de música de mobiliario o dormirá usted mal. (Texto de una carta de Erik Satie a Jean Cocteau del 1 de marzo de 1920).

[29] Satie, 1999.

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