Una reflexión en torno a la búsqueda de una lógica de la representación. Dr. Boris Alvarado, compositor y filósofo chileno.
Una reflexión en torno a la búsqueda de una lógica de la representación.
La representación codifica el mundo para disminuir la peligrosa realidad de lo aleatorio y lo incierto. Y ¿qué es más incierto que todas nuestras pasiones o que el acontecimiento mismo? La representación quiere atenuar el peligro, pero el acontecimiento lo presenta en su esencial ingobernabilidad. Los personajes asumen lo ingobernable del acontecimiento y, al asumirlo, no profesan una ideología que les disminuya lo insoportable, sino que lo contra efectúan: son creadores. Digamos para ser muy claros que la única pregunta, la única voluntad de verdad que plantea toda representación es: ¿cómo establecerse en un significado, en una identidad, en un fundamento, desde el cual ni lo aleatorio ni lo incierto ejerza sobre nosotros un poder desconfïgurador, una devastación de nuestra comodidad burguesa, muy bien aderezada mediante sus explicaciones de todo, incluyendo las “últimas causas”? En otras palabras: si la vitalidad de una vida, se mide por lo que puede experimentar, la única voluntad de verdad que plantea toda representación es: ¿cómo morir antes de tiempo, y sin que nadie –especialmente uno mismo– se percate de ello? Pero podríamos objetar lo anterior preguntándonos: ¿por qué habríamos de querer el peligro, porqué habríamos de buscarlo? Por otro lado, ¿por qué habríamos de plantearnos estas preguntas si la vida misma es rica por su incertidumbre y no por sus seguridades? ¿Por qué habríamos de buscar el peligro si desde hace ya mucho que nos encontramos en él? El acontecimiento irrumpe por todas partes, incluso allí donde a veces parece que no sucede nada. La herida está abierta, no es necesario que se la vea o que se hunda el dedo para que sea una herida. Que la vida no se parezca a una demolición, aunque se esté derrumbando todos los días desde adentro, sino que tenga una apariencia abstracta y “edificante”, esa es la voluntad de verdad de la representación.
La representación no da cuenta del sentido sino del significado como representación. El sentido no brota de la representación sino del acontecimiento. Lo que tiene de paradójico la lógica del sentido no es que muestre la inexistencia de un sentido, sino precisamente que, en primer término, hay un sentido y, en segundo término, tiene una “lógica” que no es –por supuesto– la lógica de la representación.