Una lectura sobre la locura en Alicia en el país de las maravillas a partir de un texto de Foucault por Rodrigo Ávalos Tagle



Una lectura sobre la locura en Alicia en el país de las maravillas a partir de un texto de Foucautl 


El siguiente texto es una reflexión, en la obra Alicia en el país de las maravillas, escrita por Lewis Carroll (1832-1898) publicada en 1865, centrada en el exilio inmerso en el concepto de Locura propuesto por Michel Foucault (1926 -1984) en La historia de la locura en la época clásica (1961), en la convicción de que nos da ciertos indicios de ser una salida en relación a una extrema racionalidad de ciertas sociedades a partir mediados del siglo XIX y de expresiones tales como exilio, razón, lo subterraneo, lo onírico.  Para el filósofo francés Gilles Deleuze, quien trabajo junto a Foucault, “la obra de Lewis Carroll tiene todo para satisfacer al lector actual: libros para niños, preferentemente para niñas; espléndidas palabras insólitas, esotéricas; claves, códigos y desciframientos; dibujos y fotos; un contenido psicoanalítico profundo, un formalismo lógico y lingüístico ejemplar”[1].

La ciencia ha tratado, a través de la psicología y de la psiquiatría, de analizar, catalogar, clasificar, dimensionar y tratar las diversas enfermedades relacionadas con la mente. Aun así, en el Arte hay una comprensión mucho más profunda de la locura que la proposición clínica de las ciencias. Esa es la pregunta que entendemos en Foucalt en el texto mencionado. En él se investiga para comprender, desde su historicidad, lo que denomina lo loco. Un ejemplo, en el texto de Foucault, es el que corresponde al de los leprosarios medievales como los lugares donde encuentra su génesis el delirio, el paraíso del loco nunca expulsado. 

 

“La lepra se retira, abandonando lugares y ritos que no estaban destinados a suprimirla, sino a mantenerla a una distancia sagrada, a fijarla en una exaltación inversa […] los leprosarios están vacíos, son los valores y las imágenes que se habían unido al personaje del leproso; permanecerá el sentido de exclusión […] El abandono le significa salvación, la exclusión es una forma distinta de comunión […] Desaparecida la lepra, olvidado el leproso, o casi, estas estructuras permanecerán”[2]

 

Es así como la locura se convierte en “un espacio moral de exclusión”[3] donde comenzaron a congregarse herejes, delincuentes y libertinos, todos aquellos a los que la sociedad había decidido expulsar. Pero ese distanciamiento que es físico y, “que no hace más que desplegar, a lo largo de una geografía mitad real y mitad imaginaria”[4], es a su vez un marginar, en un futuro, desde la Razón. Este exilio, Foucault, lo representa en esa “navegación de los locos”[5], tomado de los escritos de Brant y del cuadro de El Bosco, pues “la barca simboliza toda una inquietud […] La locura y el loco llegan a ser personajes importantes, en su ambigüedad: amenaza y cosa ridícula, vertiginosa sin razón del mundo y ridiculez menuda de los hombres”[6]. Entonces, así como esta barca contiene a todos estos marginados de la sinrazón que no tienen nada más en común que este propio estado, ¿No es sino, acaso, ese el país de las maravillas que visita Alicia al caer por la madriguera? ¿No es solamente ahí, en la madriguera, en el subsuelo, bajo la superficie, donde esa nave de las maravillas puede moverse sin problemas?

Antes de caer, Alicia “se había asomado al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía ilustraciones ni diálogos, ¿y de qué sirve un libro […] si no tiene ilustraciones ni diálogos?”[7]. La fisionomía del texto del cual Alicia toma distancia puede tener una conexión con el realismo de textos producidos desde la Razón, esa mayoría de edad a la que Kant hace referencia cuando habla sobre la ilustración, hacia la madurez y el abandono de todo elemento mágico de la experiencia. En ese momento, Alicia torna su atención a ese conejo blanco de ojos rosados que aunque lo escucha hablar no le es una situación extraña. En esta acción hay un abandono, un distanciarse, una especie de autoexilio de ese lugar en el que habita ese “libro sin ilustraciones ni diálogos”. Entonces cae, “[…] por una extraña paradoja, lo que nace en el más singular de los delirios, se hallaba ya escondido, como un secreto, como una verdad inaccesible, en las entrañas del mundo”[8], donde emerge la maravilla, lo imaginario, lo onírico.  Deleuze establece una lectura espacial que divide la obra a partir de características geográficas y espaciales. El principio de Alicia buscaría el secreto de los acontecimientos y de su devenir, buscado en la profundidad de la tierra y en los pozos y madrigueras que se cavan:

 

“Allí se metió Alicia al instante, tras él, sin pensar ni por un solo momento cómo se las ingeniaría para volver a salir.

Por un trecho, la madriguera seguía recta como un túnel, y luego, de repente, se hundía; tan de repente que Alicia no tuvo ni un instante para pensar en detenerse, sino que se vio cayendo por lo que parecía ser un pozo muy profundo.

O el pozo era muy profundo o ella caía muy despacio; el caso es que, conforme iba cayendo, tenía tiempo sobrado para mirar alrededor y preguntarse qué iría a suceder después. Primero trató de mirar abajo y averiguar adónde se dirigía, pero estaba demasiado oscuro para ver nada; luego miró las paredes del pozo y advirtió que estaban llenas de alacenas y estantes. Veía, aquí y allá, mapas y cuadros colgados.”[9]

 

Las aventuras de Alicia en realidad son en singular, es la aventura del ascenso a la superficie y el descubrimiento de la frontera, el abandono de la falsa profundidad. Sucede lo mismo y de forma más clara en “Alicia a través del espejo”:

 

“Mientras hablaba, Alicia la retiró de la mesa y empezó a sacudirla hacia atrás y hacia delante con todas sus fuerzas.

La Reina roja no ofreció la menor resistencia: tan sólo ocurrió que su cara  se fue empequeñeciendo mientras que los ojos se le agrandaban y se le iban poniendo verdes; y mientras Alicia continuaba sacudiéndola, seguía haciéndose más pequeña…, y más gorda…, y más suave…, y más redonda…, y …”[10]

 

Al llegar, Alicia a ese nuevo espacio, esa barca, e interactuar con cada criatura, cada personaje de este país de las maravillas, esta intenta trazar relaciones con ellos y con acontecimientos, pero ella misma parece difuminarse en este nuevo contexto, porque “Alicia es una niña muy correcta y formal, prácticamente domesticada, concebida según unos modelos – y modales – victorianos”[11]. A Alicia “ni siquiera le pareció extraño oír que el Conejo se dijera a sí mismo: << ¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!”[12]; tampoco la desaparición del gato de Cheshire. “[…] esto no sorprendió excesivamente a Alicia, acostumbrada como estaba a que ocurrieran cosas raras”[13] ; ni cuando el niño que tenía entre sus brazos se volvió cerdo y, a su vez, el gato volvió a aparecer, etc. En este normalizar las “cosas extrañas” hay un no reconocimiento de lo Otro en tanto que ese Otro es un no-Yo, o como nos dice Leopoldo María Panero[14] “[…] porque el niño – que es lo que es Alicia – no ha visto un espejo, y por consiguiente, no es un Otro. Porque no sabe aún que tiene padres, y por consiguiente carece de un Yo”.[15] Entonces hay en la locura una especie de colectividad, una abolición del Yo:

 

“La Oruga y Alicia se miraron un rato en silencio. Al fin, la Oruga se quitó el narguile de la boca y se dirigió a Alicia con voz lánguida y soñolienta.

-           ¿Quién eres Tú?

No era esta una pregunta alentadora para iniciar una conversación. Alicia, un poco intimidada, contestó:

-           Pues yo… yo, ahora mismos, señora, ni lo sé… Sí sé quién era cuando esta mañana me levanté, pero he debido cambiar varia veces desde entonces.”[16]

 

Esta especie de colectividad es contraria al raciocinio de la superficie, pues la razón, a través de sus sistemas de ordenamientos, ha analizado, clasificado y fragmentado el mundo; “el hombre razonable y prudente no percibe sino figuras fragmentarias”[17]. Todo es homogeneizado por el ser racional. La locura, en esa relación con lo mítico, con lo onírico, colectiviza, Alicia, aún con su carga ilustrada, con esos modales, se vuelve una más de las múltiples personalidades que ofrece la fauna de esa “barca” que es el país de las maravillas. Incluso, la misma niña se vuelva una loca entre los locos, es decir, pese a que pasa por muchos cambios estos cambios solo le pasan a su cuerpo manteniendo su racional personalidad. En el capítulo 6:

 

 “-  En esa dirección – dijo el Gato, haciendo un vago gesto con la pata derecha – vive un Sombrerero; y en esa dirección – haciendo el mismo gesto con la pata – vive la Liebre de Marzo. Visita al que te plazca: ambos están locos.

-   Pero yo no quiero andar entre locos – observó Alicia.

-   ¡Ah!, no podrás Evitarlo – dijo el Gato –: aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Tú están loca.

-   ¡cómo sabes que estoy loca? – dijo Alicia.

-   Tienes que estarlo – dijo el Gato – o no habrías acudido aquí”[18].

 

No se puede estar sino loco en ese lugar. En primera instancia, porque no está presente esa función del pensamiento que categoriza y que clasifica, por tanto, está ausente esa Razón de la cual la locura es el anverso, no hay parámetros de medición, pues no hay Locura, entendida esta “Locura” como una enfermedad que contagia a todos por igual, que “no existen más que locuras, formas humanas de locura”[19]. Y en segunda instancia, el Gato en su conversación con Alicia, expresa: “[…] no habrías acudido aquí”. Esto presupone la acción voluntariosa de alejarse de aquel “libro sin ilustraciones ni diálogos”. Entonces retornamos a la idea del autoexilio desde un autodiagnóstico, cuya enfermedad es el exceso de Razón.

 

“[…] es la locura convertida en Tentación;  todo lo que hay de imposible, de fantástico, de inhumano, todo lo que indica a presencia insensata de algo que va contra la naturaleza, presencia inmersa que hormiguea sobre la faz de la Tierra, todo eso, precisamente, le da su extraño poder. La libertad de sus sueños – que en ocasiones es horrible –, los fantasmas de su locura tienen, para el hombre del siglo XV, mayor poder de atracción que la deseable realidad de la carne”[20]

 

       Si bien Foucault describe en su Historia de la locura en la época clásica una sociedad entrante al Renacimiento, observamos que la tentación de la locura va perdurando en la historia buscando nuevas formas de exilio como el opio, el alcohol o las expresiones que se vierten en la sexualidad. Nos referimos a una experiencia en la cual se hace abandono del cuerpo como contenedor de Razón o, por el contrario, una experiencia de aquellas que exacerban las sensaciones por sobre la racionalidad, que son las que han perdurado a lo largo del tiempo.   

       Tanto Carroll como Foucautl abrazan la Locura como aquel lugar en el que se habita desbordando la razón. El Arte, y la locura en él, se abre como un receptáculo que permite representar este mundo al margen, esta posibilidad de salida a los “libros sin magia”. La locura, entonces, se convierte en ese saber oculto donde la Razón no ha iluminado: “La locura tiene allí una fuerza primitiva de revelación: revelación de que lo onírico es real”[21]


BIBLIOGRAFÍA

 

·   Deleuze, Gilles, Lógica del sentido, Ediciones Paidós, Madrid, 2011.

·    Carroll, Lewis, Alicia a través del espejo, Alianza editorial, Madrid, 1990.

                 Matemática Demente,  Tusquets, Barcelona, 2009.

Alicia en el país de las maravillas, Ediciones DeBolsillo, Barcelona, 2010.

·    Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica, Fondo de cultura Económica, Bogotá, 1993.

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[1] Deleuze, Gilles, Lógica del sentido, Ediciones Paidós, Madrid, 2011, pág. 25.

[2] Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica, Fondo de cultura Económica, Bogotá, 1993, pág. 16, 17 y 18.

[3] Ibídem ítem 2 pág. 20.

[4] Ibídem ítem 2 pág. 25.

[5] Ibídem ítem 5.

[6] Ibídem ítem 2. Pág. 28.

[7] Carroll, Lewis, Alicia en el país de las maravillas, Ediciones DeBolsillo, Barcelona, 2010. Pág. 23.

[8] Ibídem ítem 2. Pág 41.

[9] Ibídem ítem 7. Pág 24

[10] Carroll, Lewis, Alicia a través del espejo, Alianza editorial, Madrid, 1990, pág. 177.

[11] Ibídem ítem 7, pag 9 (prólogo de Luis Maristany)

[12] Ibídem ítem 7,pág. 23-24

[13] Ibídem ítem 7, pág. 78.

[14] La palabras del poeta español (1948 -2014) forman parte del prólogo de una de las ediciones españolas del libro Matemática demente de Lewis Carroll. Este prólogo se encuentra específicamente en: Carroll, Lewis, Matemática Demente,  Tusquets, Barcelona, 2009.  

[15] Carroll, Lewis, Matemática Demente, Tusquets, Barcelona, 2009, pág. 30

[16] Ibídem ítem 7, pág. 59

[17] Ibídem ítem 2, pág. 39.

[18] Ibídem ítem 7, pág. 77.

[19] Ibídem ítem 2, pág. 44

[20] Ibídem ítem 2, pág. 37.

[21] Ibídem ítem 2, pág. 49.

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