Una reflexión filosófica y musical en torno a Gajes del Oficio en Leo Brouwer. Dr. Boris Alvarado, compositor y filósofo chileno.




 

Quisiera referirme a lo que podemos descubrir en un compositor, pensador, esteta, crítico, escritor como el Maestro Leo Brouwer (1939, La Habana), cuando se le mira desde otra perspectiva. Y quisiera hacerlo bajo dos atentas miradas, la primera es refiriendome desde un campo filosófico-musical, intentando acercarme a su pensamiento expresado y devenido creación de ideas, a partir del concepto de acontecimiento y, el otro, es tomando como punto de partida los maravillosos artículos recopilados por la musicóloga cubana Isabelle Hernández y, publicados en el libro “Gajes del Oficio” de la Editorial Letras cubanas de 2004, que llegara a mis manos, hace unos años y, que he terminado de leer por tercera vez, impresionado por como su pensamiento se va actualizando en la lectura, conforme pasa el tiempo.  Considero que para ello, dar un giro al pensar se hace necesario y comprender que el problema de la creación involucra un conocimiento no filosófico como el artístico y/o el científico pero que, sin embargo, nos conduce al pensar filosófico. Se trata de una filosofía de los acontecimientos, del devenir, no ya como potencia que crepita en la cosa y se actualiza, sino como virtualidad siempre presente y actuante, abriéndose al suceso, al devenir y al acaso.

“La manera de aprehender la “vida” en un suceso momentáneo, le concede a la improvisación y a la “forma abierta” el derecho de titularse “el medio condensado de más intensa comunicación” en el arte de la música de concierto.”[1]

 

Pensar y crear, ocurren de manera simultánea a la existencia de fuerzas, de movimiento sin continuidad de pensamiento y de la existencia de intensidades que nos vinculan con ese movimiento. Por tal motivo, el ser señala lo ontológico más propio de lo real, dicho de otro modo, el ser constituye la situación o el estado mismo de lo real, dado que los entes que habitan el universo están siendo; es decir, y para nuestro propósito, pensamiento y ser son una misma cosa como queda de manifiesto en la figura del Maestro Leo Brouwer. Todo compositor, como él y en mi opinión, ha de tener imperativos. En ellos, el estar escribiendo constantemente a partir de sus imágenes individuales sin tiempo y otro, el imperativo que se constituye a partir de la reflexión permanente de su hacer. Esta reflexión, en este caso, estará vinculada a los aspectos más esenciales de la creación y no respecto de las operaciones alquimistas que hacen de las reglas movibles y transformables en operaciones rígidas y estáticas, para cada juego distinto que se piensa componer para cada obra. De esta manera, el ser es una materialidad anterior al pensamiento, es un pensar sin estructura pues lo contiene, y es anterior a todo posible orden preformado colocando en relieve el ser creativo sobre las esencias, las evidencias o las intuiciones.  El ser no es un en sí, no es un a priori, y la relación entre el ser y el pensamiento sólo es posible, entonces, de cara a lo abierto del acontecimiento y fuera de la representación, como lo previo existente.  Pienso que Bouwer, es un hombre que no está pensado desde una teoría de la subjetividad, sino desde uno de los aspectos fundamentales en el pensamiento del hombre ligado al cuerpo, materia de todas sus sensaciones creativas. Este cuerpo, aislado de toda representatividad no es un organismo, como lo entendemos habitualmente, sino que es una materialidad de sensaciones que se distribuyen e intensifican hasta devenir en la expresión de ese acto. 

Ahora bien, podríamos pensar si siempre el compositor pensador, como el Maestro Brouwer, ha partido desde el “medio” para dar cuenta de un acontecimiento o de los conceptos que se crean o producen con ese objetivo y, que no deben copiar, imitar o representar la realidad, sino que “retratarla”, tal como lo hace la pintura, produciendo y no reproduciendo semejanzas. Y diríamos de inmediato que los problemas no se presentan como tal al pensador, sino que antes se produce el encuentro entre aquél y un evento cualquiera; y cuando éste afecta a él de cierta manera, recién en ese instante emerge un problema. De ese modo, un acontecimiento siempre implicará o constará de potenciales devenires, los cuales se propagan a quien quiera que entre en contacto con aquél; y es en este preciso sentido que un acontecimiento, es aquello que rompe con la continuidad de las líneas de poder en cualquier ámbito. He aquí como empieza a aparecer con fuerza la íntima relación entre pensamiento, historia y política. Lo que queda fuertemente expresado en sus palabras¨

“Entonces, ¿por qué quejarnos, una vez más, de la desatención que sufrimos o del desconocimiento que profesa el “primer mundo” hacia nuestra cultura, cuando buena parte de nuestros países, instituciones y hasta individualidades ejercemos unautobloqueo que desemboca finalmente en autocolonización?[2]

En este conflicto, no importa tanto lo que el pensador dijo o dice, sino lo que su pensamiento expresa. Esto implica una distinción crucial que Brouwer enuncia repetidamente en su trabajo: hablar en nombre propio no es lo mismo que hablar de vivencias, pues lo primero conlleva un ejercicio de despersonalización, donde uno, al acoger un acontecimiento, pone en juego y revoluciona su propia constitución psico-física en el proceso de conceptualización; en tanto que hablar de vivencias es caer o permanecer en el reino de la pura repetición mimética de los hechos, neutralizándolos histórica y políticamente, como sostienen los filósofos franceses Deleuze y Guattari: 

“(...) El nombre propio no designa un individuo: al contrario, la persona abre las multiplicidades que le atraviesan de lado a lado, adquiriendo el más severo ejercicio de despersonalización, donde adquiere verdadero nombre propio. El nombre propio es la aprehensión instantánea de una multiplicidad. El nombre propio es el sujeto de un puro infinitivo entendido como tal en un campo de intensidad.”[3]

 

En ello, la creación de conceptos tiene que expresar la independencia del acontecimiento al presente. Siguiendo esta línea de pensamiento, para Leo Brouwer todo acontecimiento si es tal, debe ser tomado en su singularidad. Es, por ende, lo impensado y es debido a esto que el pensador debe crear conceptos “análogos”, es decir, por un lado parecidos pero al mismo tiempo una otra cosa para producir y no reproducir la realidad. Se trata de hacerla devenir pensable para mostrarla y de-mostrarla como si de un retratista de la realidad estuviesemos hablando: 

“¿Contemporaneidad? Porque es el tema maldito de un siglo que termina convulsionado y ardiente en tesis, estilos, corrientes estéticas en rápida sucesión, nacimientos estilísticos, muertes repentinas, modas y modos, ritos y mitos; todos vistos desde la óptica europea, muchas veces demasiado lejana de nuestros lares americanos.”[4]

 



Es así, que no hay coincidencia perfecta entre las palabras y los acontecimientos, pues la vida, en tanto gran acontecimiento, siempre es afectada y afectada más allá de todas nuestras capacidades psicológicas y físicas. Se trata del problema del inicio del pensar, asunto de larga discusión en la tradición histórica filosófica. En tanto pensar, el acontecimiento es pura creación, auto creación no sujeta a una voluntad predeterminada que, pensamos, para el Maestro Brouwer no puede ser más que pensar y crear acontecimientos que son conceptos como creación pura. El pensamiento es creación o no es nada. El pensamiento es creación porque no existe nada que pueda reflejar o representar, donde abandonamos la “vida maldita” de la representación. De tal modo, el acontecimiento, el ejercicio del pensamiento, es una creación definida y marcada por la violencia que el pensamiento se impone a sí mismo, contra su trascendencia, de tal manera que no es un pensamiento que ofrece un estado de reflexión, sino que asume la intranquilidad de esa violencia que violenta en el devenir de sus condiciones propias. La trascendencia así, se enquista en la inmanencia para intentar detener su movimiento, en donde la trascendencia existe como una falsa interioridad: 

“La intimidad en tanto que Afuera, el exterior convertido en la intrusión que sofoca y en la inversión de lo uno y lo otro”.[5]

 

¿Qué define la reflexión sobre el arte en la obra de Bouwer? Si no existe una “filosofía del arte”, tampoco hay una “estética”, en los términos en que estamos habitualmente acostumbrados a comprenderla. En su lugar, se encuentra primero, una “filosofía de la creación” o una conceptualización del acto específico de crear y, segundo, se halla una comprensión acerca de las implicaciones fisiológicas de cada expresión artística; luego se derivan de las anteriores los alcances psíquicos y psicológicos para la conformación de la subjetividad. Estos aspectos dan lugar, en Leo Bouwer, a una ontología política del arte cuyo fin es potenciar la vida y, como veremos, liberar el cuerpo de lo que lo aprisiona. 

“La música se analiza, las más de las veces, a partir de sus componentes técnicos (análisis parcial) olvidando casi siempre la circunstancia que rodea al creador-circunstancia de orden filosófico-social, ambiental y político. Esto, en apretado resumen, es lo que se califica de vivencia e influye-a la larga- mucho más que la información técnica, por otro lado, imprescindible.”[6]

 

Mientras la filosofía musical considera que el pensamiento puede concebirse como “el ejercicio natural de una facultad”, para Brouwer, creemos, el pensamiento sólo funciona a partir de una fuerza externa, es decir, sólo puede ponerse en movimiento empujado por una violencia que nos afecta desde el exterior, a partir de la cual uno se siente forzado, prácticamente obligado a ponerse a pensar. 

“`Música, flolklore, contemporaneidad y postmodernismo` es el título que escogí y confieso que suscita cierta estupefacción. Intencionalmente deseo provocar más que discusiones, imágenes, ideas, conceptos.”[7]

 

De ahí extraerá Leo Brouwer uno de los motivos más importantes de su pensamiento, según el cual pensar no puede tener su origen en la espontaneidad del “yo pienso” cartesiano, sino únicamente en la violencia de las fuerzas involuntarias que asaltan nuestras facultades. El pensamiento no comienza a pensar por sí mismo, sino sólo por el encuentro con los signos que nos afectan desde el afuera (afuera, entiéndase, del compuesto de las significaciones dominantes). Por eso, siguiendo a Proust, diré que al pensador le sienta tan bien el personaje del “hombre preocupado por su tiempo y el que vendrá”, en la medida en que se ve forzado a descifrar los signos que lo violentan, y también el del “autor”, porque al provocar una ruptura en relación con lo comúnmente admitido, está siempre como fuera de lugar, ignorante incluso de lo que todo el mundo sabe. 

“En un mundo en constante cambio y de división dialéctica, la innovación se hace parte del mecanismo de trabajo sin convertirse en rutina. En una revolución permanente, se transforman todas las partes o mecanismos que es necesario cambiar.”[8]

 

Si se trata de pensar, no es de extrañar que nos obligue en la reflexión a que nuestra mente permanezca abierta hacia lo otro, hacia lo diferente, hacia lo que no es lo evidente y que, sin embargo, no por ello deja de afectar al pensamiento. 

“En América Latina el lenguaje musical está elaborado generalmente con elementos estilísticos de la tradición no aceptada. Quiero decir: raíces de un lenguaje ajeno a la cultura europea, y por tanto, descartado de su ideario historicista.”[9] 

 

 

 

En lo propio de la música, una apertura que desprende y hace vibrar las sensaciones, las acopla y las abre en un movimiento de composición y conservación de su infinitud. Antes que concentrarse en el modo en que la música articula los sonidos, según parámetros regulares e irregulares que determinan su aparición, es aquí donde pensamos que Brouwer intentará pensar lógicamente el sonido como una sensación. El sonido, en cuanto sensación, es un acoplamiento, un compuesto entre diferentes niveles. El acontecimiento, como realidad inmanente, sólo puede ser una práctica, un ejercicio, una creación vital, una experimentación; lo contrario es la contemplación trascendente, la búsqueda del reflejo de la Verdad, el Bien y lo Bello: 

“(...) lo que ni traza ni crea es desechado. Un modo de existencia es bueno, malo, noble o vulgar, lleno o vacío, independientemente del Bien y del Mal, y de todo valor trascendente: nunca hay más criterio que el tenor de la existencia, la intensificación de la vida”.[10]

 

Así, el acontecimiento se convierte en el objeto del pensamiento expresado en la creación de conceptos; en otras palabras, pensar un acontecimiento es crear un concepto; el acontecimiento y el concepto se identifican en el pensamiento. Por ello, podemos decir que pensar el acontecimiento ligado materialmente a un estado de cosas determinado es convertirlo y reducirlo a una cuestión de hecho, a una relación causal atrapada en un tiempo y en un espacio; pensar el acontecimiento sobrevolando un estado de cosas es pensarlo como un concepto intemporal que se mantiene presente virtualmente: 

“El sobrevuelo es el estado del concepto o su infinidad propia, aunque los infinitos sean más o menos grandes según la cifra de sus componentes, de los umbrales y de los puentes. El concepto es efectivamente, en ese sentido, un acto de pensamiento, puesto que el pensamiento opera a velocidad infinita.”[11]

 

En este sentido, podemos decir que el acontecimiento no es esencia ni sustancia, y en este sentido, la metafísica brouweriana, no es una metafísica de la esencia, sino del simulacro. Por ello, hablamos de que el Maestro Brouwer no propone un nuevo positivismo, o una finitud agotada e impotente, tampoco una salida escatología que pudiésemos entender como una nueva forma de discurso que se nos anuncia, se nos devela o nos profetice una nueva realidad para el Ser del hombre. Así dicho, el acontecimiento no refleja una realidad trascendente o predeterminada. Ni una realidad esencial y preestablecida. Ni tampoco predeterminada, en la que busque reflejar y encontrar la plena vigencia de sus conceptos. Y ello es, porque tiene que provocar la relación con la inmanencia, llegando a la intranquilidad, la incomodidad y la desesperación. 

“Colonización y bloqueo cultural van de la mano y no es necesario explicar la mecánica de grandes transnacionales exportadoras de arte comercializado, alimentando así la cultura masiva y acompañándola de la inevitable pobreza estética que engendra la producción de arte.”[12]

 

Su pensamiento es el cruzamiento de la inquietud, un pensamiento no acabado, ni prefigurado. Por ello, el acontecimiento está desligado de la causalidad fáctica lo mismo que de una realidad teleológica; el acontecimiento es lo real no dado, cuya realización puede perderse. 

“Se habla de crisis siempre que no se pueden explicar las cosas. Componer hoy para mañana o para el infinito, es la única variante. No hablo de trascendencia histórica, me refiero a que una obra de arte se puede disfrutar a través de lo absoluto.”[13]

 

La noción constituye un sistema abierto centrado en el concepto de acontecimiento y simulacro, a diferencia de las concepciones metafísicas sustentadas en la esencia, el idealismo e incluso el cuerpo. Se trata de los simulacros estoicos y epicúreos, contra las buenas copias platónicas. Y, se trata, fundamentalmente, de las nociones de diferencia y repetición, como exponentes de un pensamiento de la alteridad y la marginalidad. 

“Ningún fenómeno de la cultura puede plasmarse en una sola visión parcial del pensamiento. Se busca una integración de todos los elementos, de su razón de ser. Los fenómenos de la cultura se traducen en fenómenos sociales.”[14]

 

El acontecimiento es la realidad más cercana y la más alejada para el hombre; si se le quiere atrapar sólo en el plano empírico, se escapa, se pierde o se presenta sólo con una apariencia irreconocible: el amor, pero también el odio, es un acontecimiento-concepto que las más de las veces nos decepciona cuando lo apresamos, o pretendemos apresarlo, en un estado de cosas; siempre permanece intacto, puro, a pesar de todos nuestros afanes, a pesar de sus gozosas o  lamentables efectuaciones empíricas. Dada esta relación no dependiente entre el concepto y una razón de su inmovilidad es que el acontecimiento puede y debe crearse, recrearse, liberarse, develarse. Su carácter autorreferencial como concepto, no significa para Brouwer, renunciar a la posibilidad de pensar, concebir, crear acontecimientos nuevos, acontecimientos por venir, es decir, acontecimientos a los cuales no se les piensa atrapados como una cosa cerrada, inmóvil y fija. 

“No estamos de acuerdo con que nuestra época sea de crisis, si miramos con perspectiva revolucionaria y a la vez con la ilusión de transformar al mundo. Nuestra época ha demostrado poseer una inmensa plenitud de vida que se ha visto reflejada en el estado actual de cosas. Nosotros escogemos, sin vacilar, un minuto de plena intensidad, a décadas enteras de laxitud cómodamente monótona.”[15]

 

Es más, se trata de que el concepto que es pensamiento, debe liberar el acontecimiento, abrirlo al pensamiento y a su práctica. La experiencia real comienza, pues, con el corte o instauración de un plano sobre el caos. Pero en el momento en que el plano o corte quiera retener los datos del caos, logrará confundirse con él, hundirse en él, de modo que no se podría decir, que es posible experimentar el caos, ya que siempre es aprehendido a través de un filtro. La música, como otros agenciamientos es vidente. Y es vidente porque como las otras artes, y pensando desde la particular música de hoy, invoca las sensaciones que persisten y encarnan el acontecimiento para abrir en lo finito toda la potencia del infinito, de tal manera, de hacer audible las fuerzas sonoras como también toda herencia de la tradición, al decir de Pierre Boulez: 

“Cuando escribes música instrumental, extrapolas en relación con uno mismo y con todas las partituras del pasado, próximo o lejano.”[16]

 

Se trata de las cosas que logran dejar al pensamiento tranquilo, y de aquellas que fuerzan a pensar. Las primeras son el objeto de un reconocimiento que apacigua la momentánea inquietud ante lo que a primera vista o tal vez pareciera desconocido, extraño. Las segundas, sin embargo, no se dejan reconocer, pues no encajan en el molde de lo que se sabe o se cree saber. Y lejos de inducir sosiego alguno, violentan al pensamiento y lo ponen en marcha al confrontarlo con algo ignoto que, por ser tal, desquicia el proceder habitual de nuestras facultades. Ya no se trata del objeto de un reconocimiento, de una maniobra calculada y prevista, sino de lo que Deleuze llama un “encuentro” y, que antes que representar un mundo que esté ya dado, supone la identificación de nuevos componentes, la creación de nuevas relaciones y territorios de nuevas máquinas.

En otras palabras, y junto a Leo Bouwer, vamos camino a hacia una lógica de una sensación sonora. Esta lógica requiere de manera previa una mirada que estimamos necesaria al entendimiento del cuerpo como expresión, siendo nuestro inicio un mirar epistemológico para entender este hombre del cual hablamos, en relación a la sensación sonora que busca un ser de la sensación. Coincidiendo con su pensamiento, debe haber un enfrentamiento con el caos, con las infinitas posibilidades que hay a partir de su inestabilidad, con sus fuerzas comprometidas y, por tanto, no se puede entender como un desorden, sí como un “otro” orden, y más precisamente como múltiples pliegues de la sensación, en este caso, sonora. 

En primer término, como el post-estructuralismo en general, nos invita a comprender que el tiempo no es ni ha sido nunca lineal, que esta temporalidad evolutiva es una recreación ficticia de un imaginario temporal teleológico. La imagen de un tiempo lineal en el que se situarían los acontecimientos, se superarían formas de pensamiento, expresión y unas formas que remitirían a las anteriores hasta encontrar su origen.

 

[1] Leo Brouwer, Gajes del Oficio, Editorial Letras cubanas, La Habana, Cuba, 2004 págs.63-64

2 Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. págs.46-4

3Véase, Deleuze G., Guattari F., Mille plateauxOp. cit., pág.51.

4 Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. págs.46-47 

5 Véase Blanchot Maurice, L’Entretien infini. Éditions Gallimard, París,1969, pág.65. 

Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.23 

7 Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.46 

Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.31

9 Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.50

10 Véase Deleuze G., Guattari F., Mille Plateaux, Op. cit., pág.76.

11 Véase Deleuze G., Guattari F., Mille Plateaux, Op. cit., pág.27

12 Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.48

13 Véase Caraballo M. Leo Brouwer estrictamente universal en Temas 8, 1996, replicado en Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.90

14 Véase Fernández M. De una gira hacia otros giros, en Música, Casa de la Américas, nº8 1970, replicado en en Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.91

15 Véase Brouwer L. Gajes del oficioOp.cit. pág.63

16 Véase Boulez Pierre, La escritura del gesto, conversaciones con Cécile Gilly, Gedisa Editorial, Barcelona, 2003 p.107

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